La historia de Liz Candelo Grueso, la mujer que vendía autos y terminó escribiendo versos.

“No tengo limitantes para soñar… Sueño, y realizo algunas cosas que sí y otras que no, y ya.”

Por: Carolina Zabala

Liz Candelo Grueso es una escritora y poeta afrocolombiana nacida en Buenaventura, el primer puerto del Pacífico colombiano. Su infancia transcurrió entre palafitos, casas de madera sobre el mar, y las voces ancestrales de una comunidad forjada en la resistencia y el arte oral.

Sin una educación universitaria formal, se formó de manera autodidacta en talleres literarios de Bogotá como los del Gimnasio Moderno, la Casa de Poesía Silva y el Renacentro. A la par de su pasión por las letras, construyó una carrera de 30 años como vendedora de automóviles, llegando a ser la mejor vendedora de Renault en Colombia. Hoy, combina su amor por la poesía con las artes escénicas, participando en montajes teatrales como “Mujeres Tierra”, donde más de 40 mujeres representan la conexión entre el cuerpo femenino y la naturaleza.

Sus ideas más profundas

Nací en un palafito, una casa de madera sobre el mar. Por eso los negros estamos en las costas: porque ahí empezó nuestra libertad. | Foto: Pixabay

Liz no escribe poemas, construye puertos. Cada verso es una canoa tallada con memoria, cada palabra un eco de mar, selva, tambor y raíz. En su poemario La casa más grande del mundo, la naturaleza, el amor y la herencia cultural se funden con la historia africana y la resiliencia del pueblo negro. Escribe con la “carpintería” del alma: perfeccionando el ritmo del biche con el peso del dolor y la alegría. Reemplaza lágrimas por chontaduro, cruces por pescado, y hace de la poesía un acto de memoria colectiva. “Ella era poesía y él no sabía leer”, nos dice. Porque su obra no se entiende: se siente.

La casa más grande del mundo

Mi poesía nació cuando descubrí que mi historia también merecía ser contada. I Foto, cortesia: Liz Candelo Grueso

A Liz no le sembraron el miedo ni el prejuicio. No creció entre límites, sino entre libros, tambores y arepas compartidas. Su padre, que solo estudió hasta tercero de primaria, no permitió que la televisión moldeara su infancia: en cambio, puso en sus manos a Oscar Wilde y el retrato de un alma. Desde entonces, leer fue su refugio y su bandera. Nunca sintió que ser mujer, negra o venir de un palafito fuera una desventaja; porque en su casa, la más grande del mundo, se era feliz con lo que se tenía, y se soñaba con lo que se quería. Así aprendió que el verdadero origen está en la palabra, no en el apellido o en la academia.

Nuestros libros no están en los anaqueles de cualquier librería, sino en los anaqueles de la memoria | Foto: Pixabay

Poesía negra, crítica feminista y amor radical

Cuando una mujer negra crece con amor, libros y libertad, no hay sistema que pueda silenciar su voz. | Foto: Pixabay

Ser mujer y ser negra no debería ser una barrera, y Liz lo demuestra con cada verso y cada paso que ha dado. Su historia nos recuerda que cuando el hogar cultiva libertad en lugar de miedo, y cuando una niña crece rodeada de libros y amor en lugar de prejuicios, florece una mujer que no se limita por lo que otros esperan de ella. Liz no necesitó títulos académicos para validar su voz: fue su intuición, su disciplina y el respaldo firme de su familia lo que la llevó a convertirse en poeta, actriz, y vendedora de éxito.

En un mundo que aún niega oportunidades a muchas mujeres racializadas, su camino nos grita que el verdadero poder nace de creer en una misma y de sostenerse, sin pedir permiso, en la propia palabra. Porque el feminismo también es eso: garantizar que todas podamos escribir nuestras historias en nuestros propios términos.

Si quieres saber más sobre la historia de Liz Candelo Grueso y quieres escucharla con su propia voz, te invitamos a ver el episodio completo en Facebook y Youtube. Su fuerza, su poesía y su visión del mundo vibran con más intensidad cuando habla, ríe y canta con nosotras. Encuentra el podcast de Faldas en Movimiento en Facebook y YouTube, y acompáñanos a seguir tejiendo memoria desde las palabras de mujeres que, como Liz, hacen del arte una forma de resistencia.

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